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Vazquez, Gustavo
In construction
A life in the art.
Una vida en el arte
Nací en Montevideo en 1943.
“Comencé a pintar de niño en forma autodidacta. Trabajé con óleos, pasteles, témperas y acuarelas. Mi hogar y mi escuela fueron centros de estímulo, así me fui acostumbrando a expresar sentimientos a través de la pintura.
De los trece a los diecinueve años asistí a la Academia de los Padres Conventuales (Bellas Artes de San Francisco de Asís). El maestro italiano Lino Dinetto, de muy fuerte personalidad artística, hizo que escapara a la clásica influencia torresgarciana.
Con diecinueve años, en 1963, integré el grupo de viaje a Europa y Egipto con dicho instituto, usufructuando becas y estadías ofrecidas por diferentes países. Fueron siete meses de intensa actividad formativa donde visité museos, escuelas de arte, y talleres de artistas; fue como un repaso general de la historia del arte.
Sobre el final del viaje, con 20 años cumplidos en Roma, tomé la decisión de entregarme por completo y para siempre a la pintura; el juego de la infancia se convertiría en pasión. Tras el retorno, me esperaba la difícil misión de convencer a mis padres de que mi planteo no era un delirio descabellado. Ellos supieron tener la sensibilidad y comprensión para dar el visto bueno a mi proyecto.
En esos tiempos era casi impensable vivir de la pintura en nuestro país; debía, pues, crear las condiciones para ejercer esa profesión. Esa Europa de los sesenta que tanto me estimuló durante el viaje, y París en particular, reunía todas las condiciones para la realización de mi sueño.
Era el año 1966, y con 23 años gané el premio de pintores jóvenes de la Comisión Nacional de Bellas Artes. En 1967, siguiendo la tradición de quienes me precedieron, viajé a París. Fue un momento muy importante de mi carrera, estaba absolutamente solo, era yo contra el mundo, con mi fe y la fuerza de la juventud.
Poco a poco me contacté con otros creadores, extranjeros como yo, en su mayoría; cada uno con su bagaje de tradiciones y cultura. Todos estábamos en la misma búsqueda, fue asombroso comprobar el impresionante común denominador que teníamos por el simple hecho de ser artistas. Francia fue sumamente generosa, comencé siendo etudiant patrone (con todos los beneficios que implicaba) y terminé por obtener une bourse d`etudes que me permitió trabajar a la sombra de Notre Dame sin inquietudes económicas.
Los años de París me dieron profesionalidad. Fueron tiempos cargados de emotividad, vivencias inesperadas, como el mayo del 68 que me encontró viviendo en el barrio latino y que me obligó a dormir más de una vez fuera de casa por causa de las barricadas. Tiempos de la boheme, crisol de formación en un medio donde por ósmosis se absorbía la información cultural.
Luego de un tiempo pensé que debía volver, me sentía fuerte y seguro y quería ser testimonio de mi profesión en mi sociedad. No fue tan sencillo, hubo pros y contras. Por un lado todo lo extrañado, nuestra gente, nuestro ritmo de vida tan apropiado para la creación, la naturaleza tan rica en su contraste de campo y de mar pero la contracara de la moneda era la falta de estímulos, un medio donde el arte no tiene mayor cabida y donde la buena pintura era algo que hacían los muertos... Fue hacer de tripas corazón y aceptar las reglas del juego; ése era el precio de vivir en mi tierra.
Estoy cumpliendo cincuenta años de trayectoria artística, un buen espacio de tiempo en el cual he conocido verdes y maduras, pero debo decir que nunca me arrepentí de la decisión que tomé a los veinte años, la historia continúa, siempre en la búsqueda y la aventura de la creación...”
Gustavo Vázquez
Montevideo, agosto de 2012