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Páez Vilaró, Carlos
Nació en Montevideo (Uruguay), el 1º de noviembre de 1923.
El contacto permanente con las actividades desarrolladas por sus padres entre libros, arte, arquitectura, decoración o las creaciones más diversas, se integraron naturalmente al proceso de su niñez.
Marcado por una fuerte vocación artística partió en su juventud a Buenos Aires (Argentina), donde se vinculó al medio de las artes gráficas y conoció a los más destacados dibujantes de la época.
Atrapado por la magia de la noche porteña, Buenos Aires provocó sus primeros balbuceos en el arte. Tomó como fuentes de inspiración el tango, los bares y cabarets, donde solía dibujar a la noche en sus mesas. Estos temas marcaron a fuego la iniciación de su carrera de artista y nunca dejaron de aparecer en los distintos períodos de su prolífica obra.
A su regreso al Uruguay, en la década del 40, motivado por el tema del candombe y la comparsa afro-oriental y vinculándose estrechamente a la vida del conventillo “Mediomundo”, una casona habitada por un sinnúmero de familias afro-descendientes, donde instaló su atelier de pintura, entra de lleno a manifestarse en el campo del arte.
Se casó en 1955 con Madelón Rodríguez Gómez y se divorció en 1961. Con ella tuvo tres hijos: Carlos Miguel, Mercedes y Agó. En 1989 se casó con Annette Deussen, y tuvieron tres hijos: Sebastián, Florencio y Alejandro.
Con pasión desenfrenada, Páez Vilaró se entregó totalmente al tema, pintando decenas de cartones, componiendo candombes para las comparsas lubolas, dirigiendo sus coros, decorando sus tambores o actuando como incentivador de un folklore que en ese momento luchaba por imponerse contra la incomprensión. Temas como lavanderas, velorios, Navidades, mercados, bailongos a la luz de la luna, poblaron los cartones y lienzos de Páez.
Agotado el tema, fue inevitable su partida hacia Brasil, donde iniciaría un largo viaje a través de todos aquellos países donde la negritud tenía fuerte presencia: Senegal, Liberia, Congo, República Dominicana. Haití, Cameroun, Nigeria… Gracias al contacto con escritores, músicos e investigadores como Ildefonso Pereda Valdés, Paulo de Carvalho Neto, Jorge Amado y Vinicius de Moraes publicó libros como “La casa del negro”, “Bahía”, “Mediomundo” y “Candango”.
A partir de ese contacto, su pintura se enriqueció con la influencia marcante del arte africano. La máscara, el fetiche, el escudo, el remo o el grafismo pasaron a inyectarse en su mensaje. En ese periplo pintó centenares de obras, realizó múltiples exposiciones y dejó su sello en monumentales murales. Se ha volcado a la pintura, escultura, cerámica, cine y literatura de tal manera y con tanta pasión que dejó en cada arte huellas imborrables.
En la década del 50 conoció a Picasso, Dalí, De Chirico y Calder en sus talleres. Ese peregrinaje europeo inicial, el contacto con la pintura, los museos y los artistas, le dieron el impulso que necesitaba para un regreso a su país con entusiasmo. Entre ellos, Pablo Picasso lo deslumbró al invitarlo a pasar revista de su obra, en su residencia-taller de “Villa California” en los Alpes Marítimos. El tiempo y la atención que le brindó, iban a quedar grabados para siempre en su memoria, como uno de los episodios más remarcables y emocionantes de su vida, provocando además su incursión en el mundo de la cerámica.
Ese mismo año, Jean Cassou, Director del Museo de Arte Moderno de París (Francia), lo animó a presentar su obra en la Maison de L’Amerique Latine. Su repercusión hizo que pasara luego a ser exhibida en Inglaterra y en los Estados Unidos. Fiel a su espíritu de investigador, recorrió numerosas islas de los Mares del Sur pintando, escribiendo y filmando, y vivió con el Dr. Albert Schweitzer en el leprosario de Lambaréné (Gabón, África).
Páez Vilaró, integrando la Expedición Francesa “Dahlia”, logró realizar en África, el film “Batouk” como coguionista de la película, que fuera dirigida por Jean-Jacques Manigot, largometraje de 35 mm en color de 65 minutos de duración. Los coguionistas fueron Aimé Césaire y Leopold Sedar Senghor que aportaron poemas. La película participó y fue distinguida para cerrar el Festival de Cannes de 1967.
También existen referencias a una película experimental titulada “Une Pulsation”, basada en una secuencia de imágenes tomadas por Carlos Páez Vilaró durante un viaje alrededor del mundo con su amigo Gérard Leclery, la película realizada en París (Francia) incluía música de Astor Piazzolla. Según los autores del libro “Le Grand Tango”, “The Life and Music of Astor Piazzolla”, luego de la realización de dicha película, Piazzolla le hizo llegar a Páez Vilaró un casete con una nota adjunta "Gracias por la libertad que me has dado, me siento como un nuevo Piazzolla".
En toda su vasta trayectoria de realizaciones y a pesar de los viajes y los cambios experimentados en su pintura durante el medio siglo de acción, el artista mantuvo con firmeza su lealtad al tema afro-uruguayo, al que le siguió dedicando las mejores horas o acompañándolo a tambor batiente cuando cada año se celebra la ceremonia de “Las Llamadas”. El conventillo “Mediomundo”, punto de arranque de su obra, fue demolido y con él, su riquísimo historial.
A su regreso a Uruguay en 1969, continuó las obras de Casapueblo, Punta Ballena (Punta del Este, Uruguay), modelada con sus propias manos y con la ayuda de los pescadores sobre los acantilados rocosos que miran al mar. Montó su taller en la cúpula mayor de su “escultura habitable. Según el propio Páez Vilaró "La construí como si se tratara de una escultura habitable, sin planos, sobre todo a instancias de mi entusiasmo. Cuando la municipalidad me pidió hace poco los planos que no tenía, un arquitecto amigo tuvo que pasarse un mes estudiando la forma de descifrarla." Su casa se transformó en un símbolo del lugar. El artista definió a Casapueblo como su barco quieto, trampolín para partir y al que siempre regresó. Su baúl para almacenar recuerdos, su escultura habitable.
El 13 de octubre de 1972 se vio vinculado a una historia muy alejada del arte. El avión en el que viajaba su hijo Carlos Miguel desapareció en la Cordillera de los Andes. Luego de setenta días de dolorosos rastreos tuvo la alegría de recuperarlo vivo en vísperas de la Navidad. De dicha experiencia surge su libro “Entre mi hijo y yo, la Luna”. «Entre Carlitos y yo estaba la luna que me miraba desde el cielo. Y yo le había chiflado detrás de la Cordillera, como para que supiera que estaba ahí».
En retribución a la solidaridad recibida por el pueblo chileno, pintó un mural en el hospital de Santiago (Chile), sumando así una obra más a su campaña del color para el dolor, que lo llevó a lo largo de su vida a poner alegría en los hospitales a través de sus pinturas.
Años más tarde se radicó en Nueva York, instalando su atelier en un pent-house de la Quinta Avenida. Inspirado por la vida y el color de los supermercados, realizó en Manhattan, una serie de obras y collages en los que utilizó cajas y todo tipo de materiales encontrados en la vía pública. Su entusiasmo por el patín sobre ruedas hizo que dedicara la mayor parte de sus cuadros de Nueva York a ese tema.
A partir del año 1970, vivió alternadamente en Estados Unidos, Brasil y Uruguay. En San Pablo (Brasil) fundó el Taller de Artesanos, trabajó en tapicerías y diseñó el Club de Polo Helvetia. El ritmo de vida paulista y la cordialidad con la que fue recibido, hicieron que creara fuertes lazos de amistad y se sintiera estimulado a realizar fabulosas series de pinturas, que quedaron en colecciones particulares.
Luego instaló su taller en Buenos Aires (Argentina), donde vivió catorce años. Durante este lapso canalizó su inagotable capacidad creativa en esculturas, ediciones literarias, y múltiples series de pinturas, en las que expresó su búsqueda constante a través de las formas y el color. Fue así que en una antigua casa de madera en la región de Tigre, su atelier argentino se fue convirtiendo en una prolongación de su estudio en Uruguay.
Con una actividad enmarcada por el verde de palmeras centenarias, araucarias, gomeros y magnolias, consagró todas sus horas a la creación. Sin ser arquitecto, en ese período construyó su casa y al mismo tiempo una capilla multicultos en la timonera de un cementerio, tomando el trabajo con concepto de escultura y actuando con total libertad. También se dedicó a la cerámica, la escultura, la música y las letras.
Fue pionero en integrar la pintura tanto a objetos de la vida cotidiana como a aviones, patrulleros, colectivos y barcos. Tal es el caso del velero- escuela “Capitán Miranda” (Uruguay), que lleva el sol de Páez Vilaró en sus velas. “Pintor del medio del río”, como solía autodenominarse, lo confirmó en 1997 al dividir su actividad entre sus dos talleres de Argentina y Uruguay.
De esta forma dedicó la nueva etapa a cumplir con múltiples compromisos internacionales, realizando exposiciones retrospectivas en la Biblioteca Nacional de Beijing (China); en el Opera House de El Cairo (Africa) y en el Palacio de la Creatividad en Alejandría (Africa), invitado por los gobiernos de China y Egipto.
Con su presencia en Punta Ballena (Uruguay), el Museo-Taller de Casapueblo, se vio impulsado por su dinámica, recibiendo delegaciones internacionales, estudiantes y turistas de todas partes del mundo.
Páez Vilaró fue autodidacta, su pintura se nutrió de aventuras y desafíos. Tomando del paisaje y de las diferentes culturas todo aquello que lo impactó, lo plasmó a su manera en miles de trabajos enriqueciendo su obra y manteniendo activo su coraje para seguir batallando en la búsqueda del arte.
Una de sus preocupaciones fue poner su pintura al alcance del pueblo, realizando murales en aeropuertos, hoteles, edificios públicos y hospitales. Como el mural que realizó en Washington D.C. (USA) en el año 1960, en el túnel de la Organización de Estados Americanos. La obra de 160 metros de extensión fue considerada en su momento como la más larga del mundo. Fue concedida la ejecución luego de que en Montevideo (Uruguay) fuera demolido un gigantesco mural realizado en la Estación Interdepartamental de Omnibus.
Ayudado por estudiantes de la Corcoran Art, trabajó durante un mes en la realización del mural titulado “Raíces de la Paz”. En él plasmó escenas referidas a la integración social, cultural y económica de los países de América, haciendo hincapié en el respeto a la libertad de expresión, de culto y de ideales. Con el obstáculo como mayor estímulo y dueño de una brillante capacidad de producción, conquistó la admiración de la gente y su obra ganó el reconocimiento internacional.
Carlos Páez Vilaró pintó hasta el último día de su vida.
Falleció en Casapueblo (Punta Ballena, Uruguay), el 24 de febrero de 2014.
Dejó en sus obras un legado valioso para toda la humanidad, lleno de energía, color y amor por la vida.
En una nota enviada al diario El País, pocos días antes de morir, con relación a “Las Llamadas” (Montevideo, Uruguay), en las cuales participaba todos los años, sin ser el 2014 una excepción, escribía Carlos Páez Vilaró: "Hoy a la noche, cumpliendo mis 90, cerraré mi aventura entre tambores. Un final que nunca quise aceptar, pero que la vida nos obliga a cumplir. Del brazo de Cachila, en Cuareim 1080, y frente a la sonrisa de Carlitos Gardel, trataré de darme el gusto de retirarme dándome un baño de pueblo. Recorrer entre humaredas de chorizos al pan las callecitas doradas del barrio Sur y abrazarme con su gente por última vez".
Pueden encontrarse obras suyas en varios países: Argentina, Brasil, Chile, Estados Unidos, Haití, Panamá, en varios lugares de África y Polinesia, entre otros.