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Frangella, Humberto
Nace el 6 de abril de 1904 en Montevideo (Uruguay).
Estudió con famosos maestros del Círculo de Bellas Artes: Vicente Puig, Guillermo Laborde y Pedro Blanes Viale. La influencia de esa trilogía se nota en el aspecto pictórico por la fuerza cromática y la simplificación formal.
Frangella recorrió diversas formas expresivas y acaso le dedicó demasiado tiempo a la escenografía (fueron numerosos los trabajos para el Sodre) y al afiche (hay dos de buena factura), cuando en realidad su vocación estaba en el dibujo y la fotografía.
El manejo de la línea ondulada y sensual, siempre dinámica, revela una capacidad nada frecuente para el trazo en sus numerosos retratos y caricaturas de colegas amigos (José Pedro Costigliolo, Manuel "Paco" Espínola, Antonio Pena, Domingo Bazurro, Bernardino Bravo), aunque también frecuentó el paisaje como lo demuestra su participación en diversos concursos.
En el terreno de la fotografía, aunque se exhiben pocas (como en los demás rubros), es un pionero en el enfoque y en los temas, con fuertes imágenes en blanco y negro propias de las vanguardias históricas y algunos retratos signados por las convenciones teatrales (la bailarina y directora del ballet del Sodre Tamara Grigorieva, la jovencísima actriz China Zorrilla).
En la pintura es más convencional o, por lo menos, no alcanza el nivel de los planistas con los cuales se podría identificar generacionalmente.
En los últimos años, luego de dos viajes a Europa,1951 y 1964 y acaso contagiado por las preocupaciones estéticas de la época, incursionó a principios del sesenta en tintas resistentes y frottages al pastel pora la abstracción.
Integró la bohemia artística montevideana, adicta a las charlas en cafés que sin ser estrictamente literarios, existían, y su pasaje, cada noche, era tan inevitable como en la actualidad ver televisión. Adolfo Pastor y Antonio Berni dejaron el registro de su fisonomía en dibujos de buena factura.
Presentó numerosas muestras individuales en Uruguay y en el exterior donde intervino en: "Muestra de los residentes Españoles" de París (Francia, 1947); "Exposición Internacional de Grabado" (1949); "Exposición Interamericana de Pintura y Grabado" (México, 1958); "Exposición Interamericana de Grabado" (Chile, 1957).
Concurrió a los Salones de Primavera organizados por el Círculo de Bellas Artes desde 1924; al Salón del Centenario del Uruguay (1930), a Salones Bienales Nacionales de Artes Plásticas (1953 a 1957).
Principales Premios Obtenidos:
Obtuvo 2º Premio en el concurso de composición organizado por la Comisión Nacional de Bellas Artes con su proyecto de mural sobre el tema "Historia de la Administración Nacional de Puertos" (Montevideo, Uruguay).
En Salones Nacionales obtuvo las siguientes distinciones:
1940- Mención Especial por su óleo "Montevideo" (Calle Ciudadela) en el IV Salón.
1943- Mención Alejandro Gallinal por su óleo "Retrato del escultor Juan Martín" en el VII Salón.
1944- Mención Especial Banco de la República por su óleo "Atardecer de otoño" en el VIII Salón.
1946- 1er. Premio Medalla de Oro por su dibujo a pluma "Descanso" en el IX Salón de dibujo y grabado de 1946;
1951- Mención Intendencia Municipal, Medalla de bronce por su pluma "Vía del Procónsolo y Torre del Bargello" (Florencia) en el XIV Salón de dibujo y grabado.
1957- 2º Premio Medalla de Plata por su acuarela "Transparencia Nº 21" en el XXI Salón.
En salones Municipales:
1941- Premios Adquisición por su pluma "Retrato del pintor Carbajal" en el II Salón.
1942- Lápiz "Figura" en el III Salón.
1956- Pluma "Calle Mahoma" en el VIII.
1957- Óleo "Transparencia Nº 16" en el IX Salón.
1959- Tinta "Composición transparente" en el XI Salón.
1962- Tinta "Universo Nº1" en el XIV Salón.
Está representado en los Museos Nacionales y Municipal de Bellas Artes, en los Museos Departamentales de Salto, Mercedes y San José y en colecciones privadas de Uruguay y otros países de América y Europa.
Falleció el 19 de agosto de 1965.
"Dos horas en el Museo del Prado", por Nelson Di Maggio Diario "La República" (Uruguay, 2003).
Dos horas en el museo del Prado
* Una variante de la visita de Eugenio D'Ors a la pinacoteca madrileña, con alcances infinitamente más modestos y a escala local, pero siempre gratificantes, se puede hacer por el Museo Blanes situado en el Prado montevideano, a orillas del Miguelete.
NELSON DI MAGGIO
Dibujo de Humberto Frangella.
Escultura de Juan Martín.
El Museo Blanes en el Prado montevideano.
Tiene un perfil bajo en el Departamento de Cultura de la IMM. Sin embargo, el Museo Blanes debería tener un lugar preferencial dentro de las actividades culturales comunales, más proclives a los espectáculos masivos y espectaculares o al anuncio (en los paneles electrónicos) de exposiciones mediocres. Sin comunicados a la prensa, sin catálogo, sin siquiera una humilde hoja fotocopiada para uso del visitante, se inauguró el año pasado una exposición dedicada a dos artistas uruguayos: Humberto Frangella y Juan Martín. No fueron figuras relevantes ni marcaron aspectos fundamentales del arte nacional pero hicieron una moderada contribución a las artes visuales como honorables creadores, en el campo de la enseñanza y en la convivencia fraternal que supieron mantener con vivacidad en las mesas de café. Fueron amigos (en la exposición hay mutuos retratos), compartieron tertulias interminables del Tupí Nambá y alternaron con nombres ilustres de la plástica uruguaya. Aquí se los reúne nuevamente con algunas obras provenientes de colecciones privadas.
Humberto Frangella (1904-65) estudió con famosos maestros del Círculo de Bellas Artes: Vicente Puig, Guillermo Laborde y Pedro Blanes Viale. La influencia de esa trilogía se nota en el aspecto pictórico por la fuerza cromática y la simplificación formal. Frangella recorrió diversas formas expresivas y acaso le dedicó demasiado tiempo a la escenografía (fueron numerosos los trabajos para el Sodre) y al afiche (hay dos de buena factura), cuando en realidad su vocación estaba en el dibujo y la fotografía. El manejo de la línea ondulada y sensual, siempre dinámica, revela una capacidad nada frecuente para el trazo en sus numerosos retratos y caricaturas de colegas amigos (Costigliolo, Paco Espínola, Antonio Pena, Domingo Bazurro, Bernardino Bravo), aunque también frecuentó el paisaje como lo demuestra su participación en diversos concursos. En el terreno de la fotografía, aunque se exhiben pocas (como en los demás rubros), es un pionero en el enfoque y en los temas, con fuertes imágenes en blanco y negro propias de las vanguardias históricas y algunos retratos signados por las convenciones teatrales (la bailarina y directora del ballet del Sodre Tamara Grigorieva, la jovencísima actriz China Zorrilla). En la pintura es más convencional o, por lo menos, no alcanza el nivel de los planistas, con los cuales se podría identificar generacionalmente. En los últimos años (luego de dos viajes a Europa, en el 51 y en el 64) y acaso contagiado por las preocupaciones estéticas de la época, incursionó a principios del sesenta (en tintas resistentes y frottages al pastel) por la abstracción. Integró la bohemia artística montevideana, adicta a las charlas en cafés que sin ser estrictamente literarios, existían, y su pasaje, cada noche, era tan inevitable como en la actualidad ver televisión. Adolfo Pastor y Antonio Berni dejaron el registro de su fisonomía en dibujos de buena factura.
Juan Martín (1913-99) nació en Santa Cruz de Tenerife pero dos años después se radicó en Montevideo. Estudió en el Círculo de Bellas Artes con el maestro argentino Luis Falcini, quien dejó una impronta formal e ideológica, con Severino Pose y Bernabé Michelena, hasta descubrir en una viaje de estudio a París (1936-37), a Rodin. Practicó, siguiendo a Falcini especialmente, el desnudo y el retrato, de acuerdo a la técnica escultórica adictiva (o de "la pelotita" en la jerga del taller), donde la luz resbala sobre la irregular superficie en talante impresionista, y, por momentos, recostada al academicismo escultórico reinante. Sus dibujos a tinta son típicos de escultor en el estudio de planos con rayas paralelas tratando de registrar los diferentes puntos de vista del volumen.
Ambos participaron en varios salones nacionales y municipales pero no se prodigaron en unipersonales. El mérito del Museo Blanes radica en rescatar una parte olvidada de la historia del arte nacional con dos representantes que si no trepan a un primer nivel en la consideración crítica tampoco merecen la opacidad a que fueron confinados durante tanto tiempo. Desde luego que ambos artistas poseen más obras que las que aquí se exhiben pero es seguro que la intención de la organización no fue establecer una visión exhaustiva sino documentar aspectos de obras disponibles.
Pero el Museo Blanes no se agota con las muestras temporarias que, si no son muchas durante la temporada (quizá por ra zones presupuestales), se caracterizan por su profesionalismo en las propuestas y en el montaje. También el acervo permanente (Blanes, Figari) se renueva periódicamente en un propósito por desempolvar el pasado, tratando de darlo a conocer con una mirada más actual. Como se hace con Juan Manuel Blanes, donde la descomunal retórica teatral de El Juramento de los Treinta y Tres Orientales y La Revista de 1885 son en parte neutralizadas (si es que es posible) por los sensibles y numerosos bocetos, excelentemente presentados, así como los retratos de diferentes personalidades, algunos confrontados con los de Cayetano Gallino, su rival contemporáneo. Es una visión más abierta, comprensiva y menos convencional del "pintor de la Patria".
También hay aciertos en la sala de Pedro Figari (aunque la iluminación es deficiente) con pequeñas obras de su primera época. Menos interés tienen las miniaturas de la colección Rossell y Rius y los textos de alumnos escolares que se produjeron. El espacio central debería tener un atractivo de fuerte impacto visual y no esta desganada incursión didáctica.
El entorno paisajístico en que se encuadra el Museo Blanes es de una tradicional hermosura. Está muy bien cuidado y hasta el jardín japonés que se inauguró como un adefesio exótico se modificó sustancialmente (aunque todavía está lejos de concluirse) y ahora se torna más aceptable en su integración forzada y en su inesperado acriollamiento (hay ceibos que se mezclan con especies orientales lejanas, algunas de origen chino, es bueno advertir). Está muy bien el mantenimiento que le dedica la Intendencia de Montevideo (costoso, sin duda) y sería conveniente que se contemplara parte del presupuesto a las exposiciones, por lo menos pensar en la posibilidad de contar con un modesto catálogo para exposiciones que el contribuyente sabrá agradecer como corresponde. Aunque el Espacio Cultural Barradas no conformó las expectativas por la pequeñez, casi de aldea infantil, en su solución constructiva, un par de horas en el Museo Blanes y su magníficos espacios verdes son siempre gratificantes. Vale la pena tenerlos en cuenta entre los paseos estivales. *